En una de las grutas tan características del paisaje manresano, hundido pero con una vista frontal de la montaña de Montserrat y del valle del río Cardener, dice la tradición que San Ignacio de Loyola se retiró una temporada para meditar y escribir los célebres Ejercicios Espirituales. Con el paso de los años, esa sencilla cueva se ha acabado convirtiendo en el edificio más monumental y fastuoso de la ciudad de Manresa. Encima de la roca natural se ha erigido un imponente santuario, que se ha convertido indiscutiblemente en lugar ignaciano por excelencia de la ciudad y en uno de los referentes más universales del mundo jesuítico.
En el Santuario de la Cova de San Ignacio, paisaje y arquitectura se fusionan de forma sorprendente formando una fachada artificial sobre el monte de Sant Bartomeu, que es uno de los elementos más visibles de la entrada de Manresa. Su decoración, con una mezcla de estilos que conjunta el barroco de la escuela escultórica manresana con el modernismo de Josep Llimona, se convierte en un rasgo de identidad que diferencia este santuario del resto de espacios patrimoniales de la capital del Bages.