Algunos historiadores afirman sin paliativos que la Universidad de Cervera es el edificio del barroco civil más importante del Sur de Europa. Construida por imposición de Felipe V, tal y como afirma Agustí Duran i Sanpere, debe entenderse “no como prenda de paz, sino más bien como tributo impuesto por el vencedor”. La supresión de todas las universidades catalanas y su centralización (tan borbónica) en un único enclave era sin duda un mecanismo de control sobre la casta intelectual de Cataluña.
La primera piedra del edificio se colocó en 1718, pero la obra no terminó hasta 1780, en un proceso lento y, sobre todo, excesivamente costoso para las arcas reales. Una obra monumental y —pese a sus proporciones perfectas— desproporcionada para la pequeña villa donde se instalaba y por la duración que tendría, con la supresión de su actividad en 1842.
La rotundidad del plano arquitectónico, sobrio, racionalista y robusto, se complementa con la labor escultórica sutil llevada a cabo por el escultor manresano Jaume Padró desde 1775. Su imprenta se deja ver en varios lugares del edificio, pero es sobre todo en el retablo del Paraninfo allí donde los mármoles y el alabastro toman vuelo con una ligereza y finura de una maestría absoluta. La labor de Padró en Cervera, de la que ya no se movería hasta su muerte en 1804, impregnó varios rincones de la ciudad, como la iglesia de Santa Maria o el edificio de la Paeria.